En las parlamentarias de 2017 debutó en Chile el sistema electoral proporcional, basado en el método D´Hondt, que reemplazó al cuestionado binominal, que desde el retorno a la democracia, en 1990, había mantenido el poder político básicamente en dos sectores.
Esto según algunos, significó estabilidad y gobernabilidad. Como prueba, estarían los “grandes acuerdos” alcanzados durante los gobiernos de la ex Concertación.
Sin embargo, durante décadas hubo grupos excluidos del debate parlamentario, quienes después de la reforma electoral, pudieron llegar al congreso. Es más, se generó un tercer referente, el Frente Amplio, que actualmente gobierna.
Actualmente, en Chile existen 27 partidos políticos: 15 de ellos constituidos y 12 en formación. Dieciséis son de izquierda o centro izquierda; tres de centro; y ocho de derecha o centro derecha.
Esta sobrepoblación de colectividades ha encendido las alarmas en algunos sectores, que advierten una cierta “peruanización” del sistema electoral chileno, con partidos que nacen y se deshacen con facilidad, y que no permiten a un sistema altamente presidencialista, gobernar.
Balance entre gobernabilidad y representatividad
Para el analista y experto en campañas políticas, Rodrigo Landa, hay dos principios que deben sostener cualquier sistema electoral.
“Primero, no se puede concebir como un ente aislado del sistema de gobierno y, en segundo término, debe reflejar un balance armónico entre los objetivos de gobernabilidad y representatividad. Dado que todos los sistemas electorales son imperfectos, Chile está en un momento oportuno para aprender de las dos experiencias recientes, evaluando sus fortalezas y debilidades, para iniciar los cambios que correspondan. Un adecuado diagnóstico debe responder a preguntas como ¿Qué objetivos motivaron una transición de un sistema binominal a uno proporcional? ¿Se cumplieron dichos objetivos? ¿Han logrado ambos sistemas electorales conciliar una mejor gobernabilidad con una mejor representatividad? Y agregaría ¿El país avanza adecuadamente en sus políticas públicas con estos sistemas?”, aseveró.
Un diagnóstico personal de Landa es que no ha mejorado la calidad de la política, “entendida no solo como un medio para la obtención del poder, sino que como un espacio de deliberación adecuado para avanzar en las demandas de los votantes. Tenemos un serio problema de convivencia política, donde no se han creado los incentivos para construir acuerdos sostenibles de gobernabilidad y fortalecer los partidos políticos. La calidad de la política no solo mejora con la actitud diaria de quienes ejercen la profesión de políticos, sino que con una institucionalidad que fije parámetros adecuados para dicho ejercicio en el espacio público”, planteó.
Desde un punto de vista práctico, agregó, “tenemos hoy síntomas muy evidentes: fragmentación del sistema político en el congreso (incluso en el gobierno), debilitamiento de los partidos políticos (basta apreciar la crisis de la Democracia Cristiana), una mirada cortoplacista y personalista de la política y un nivel de demagogia que en algunos sectores en bastante preocupante. Si a eso le sumamos que los contrapesos del congreso muchas veces se transforman en verdaderas barreras para todos los gobiernos, el país termina entrampado en una pelea mediática de corto plazo que termina desafectando a los ciudadanos de la misión principal que debe cumplir la política en la sociedad”, manifestó.
¿Cómo se puede mejorar este panorama? Según Landa, “primero, no podemos seguir fomentando las candidaturas independientes sin una reconocida línea política, no solo por transparencia, sino porque un candidato no puede representar a nadie y a todos al mismo tiempo. La buena política exige asumir costos. En esa línea, los candidatos independientes deben participar en listas y pactos con los partidos, o en su defecto, presentar un número muy significativo de apoyos. Segundo, debemos subir el umbral de votación mínimo exigible a los candidatos, sin distorsionar el espíritu del sistema proporcional. No puede ser que en una misma zona territorial salgan electos candidatos parlamentarios con una cantidad significativamente menor de votos que otros que no salen electos, lo que genera confusión en los votantes que no ven materializadas sus preferencias en este sistema. Esa distorsión se supera corrigiendo el método de la cifra repartidora y el ‘efecto rebalse’ provocado por el arrastre de candidatos. Se puede hacer perfectamente, sin afectar seriamente la proporcionalidad. Tercero, el sistema debe incentivar los consensos en un ambiente de gobernabilidad. Una opción que ha planteado el ex ministro Nicolás Eyzaguirre es ‘importar’ algunas experiencias de otros países, como las elecciones uninominales o en listas cerradas. De esta manera, se vota por la lista y no por un candidato en particular, lo que influye en la responsabilidad a la hora de ejercer el cargo, evitando las tentaciones populistas. O buscar un sistema mixto, que promueva la disciplina de los candidatos en el ejercicio de su cargo y mayores certezas de sus representados en términos del cumplimiento de sus demandas”, sostuvo.
Estos cambios, a su juicio, “son perfectamente posibles, especialmente ahora que es cuando se avecinan nuevos procesos electorales y un nuevo debate Constitucional”, concluyó.
“Volver al binominal no es el camino”
Según la politóloga y académica de la U. de Concepción, Jeanne Simon, “un sistema proporcional funciona mejor cuando hay partidos fuertes que representan distintas perspectivas ideológicas. También funciona mejor cuando es un sistema parlamentario que obliga a generar una coalición gobernante entre la mayoría de los miembros del parlamento. En contraste, en un sistema presidencial, un partido (o coalición) puede ganar el poder Ejecutivo sin tener mayoría en el congreso (los casos de Estados Unidos, Chile, Brasil)”, advirtió.
En el caso de Estados Unidos, donde hay dos partidos, Simon planteó que “es común que los Presidentes cuenten con una mayoría muy pequeña o no tengan mayoría en una de las cámaras. Pasa porque se ha bajado la identificación partidaria en el electorado -es decir, que muchas personas votan por un partido en las elecciones parlamentarias, y por otro partido/coalición en las elecciones Presidenciales. Así, quizás el problema queda en la baja conexión de los partidos con la sociedad. Los partidos ya no son las principales organizaciones intermediarias”, precisó.
Según Jeanne Simon “se pueden contemplar cambios en el sistema electoral para incentivar mayor consolidación/unificación de los partidos, como también otros programas que exijan mayor presencia en los territorios. El sistema binominal no es el camino, porque no tiene incentivos para fortalecer la presencia territorial”, aseveró.
Rol de los partidos
Cristian Quiroz, director del Centro de Políticas Públicas (CPP) de la U. Católica de Temuco, cree que nuestro país está inmerso en un cambio de ciclo político.
“Tras el estallido social de octubre del 2019 se ha sucedido un conjunto de elementos que han tensionado el sistema político. En ese escenario, la gobernabilidad debiese estar dada más por la capacidad de estructurar coaliciones cohesionadas tanto para gobernar, como también desde la oposición. En ambos casos, las coaliciones no son suficientemente sólidas, por tanto, más que el sistema proporcional, estimo que la gobernabilidad está afectada por la responsabilidad de los partidos”, aseveró.
Según Quiroz, “las y los líderes de los partidos no han percibido que las crisis de legitimidad, representatividad y participación siguen latentes, por tanto la solución no pasa, en ni opinión, por reformas aisladas, sino que deben ser parte de un proceso sustantivo. Ahí radica la importancia del rol de diálogo que le cabe a los partidos en, por ejemplo, avanzar en consolidar un nuevo proceso Constituyente. En efecto, la Constitución debe regular el sistema político y la forma de gobierno en coherencia con otros diseños institucionales. La representatividad puede ser consustancial a la gobernabilidad. Por eso resulta necesario la consolidación de coaliciones que gestionen la política no como ejercicio meramente electoral, sino que también programático, y por qué no, también ideológico. Eso debe manifestarse en la conformación del gobierno, la acción coordinada en el congreso, y en otras orgánicas intermedias como sindicatos, federaciones, etc.”, planteó.
Otro elemento que también debe abordarse, dijo, “es la superación de la democracia representativa, complementándola con modelos más participativos y deliberativos, lo que también contribuiría a la gobernabilidad y la legitimidad de la necesaria acción política”, sentenció.